Un sueño hecho realidad

Katia Miele y su pareja emprendieron el viaje de su vida desde Italia hasta el Cabo Norte en Noruega en sus motocicletas Harley-Davidson®

Desde hace más de 10 años, mi pareja, Claudio, y yo realizamos misiones de voluntariado, principalmente en Etiopía, ejerciendo como pediatra y enfermera respectivamente. Cuando estamos en casa, en Italia, nos encanta viajar en nuestras motos Harley-Davidson® como orgullosos miembros del Forvm Roma Chapter, algo que hacemos desde hace ocho años. Este verano nos embarcamos en una aventura épica: un viaje de tres semanas desde Roma hasta Cabo Norte, en Noruega, recorriendo más de 10.800 km. 

El 9 de junio, nuestras motos –mi Sport Glide 107 y la Street Glide 114 de Claudio– estaban ya cargadas y listas para salir, con unos 14 kg de equipaje en los Sissy Bars y lo esencial, como la ropa de lluvia, en las maletas.

La primera lluvia nos esperaba ya en el área de servicio de Chianti Oeste, cerca de Florencia: gotas cargadas de arena que hacían que las motos parecieran que estuviéramos de regreso a casa y no al inicio de nuestro viaje.

Tras hacer paradas cerca de Baden-Baden y Hamburgo (Alemania), llegamos al puerto de Hirtshals (Dinamarca) el 12 de junio, donde embarcamos en un Ferry con destino a Bergen (Noruega), adonde llegamos hacia el mediodía del día siguiente.

Nuestra primera experiencia emocionante la vivimos llegando a tiempo para visitar el mercado de pescado y disfrutar de un sabroso almuerzo mientras contemplábamos el Mar del Norte.

Dejando Bergen atrás, pasamos por bosques de coníferas y fiordos, contemplando el hermoso e imponente paisaje. Los fiordos, en particular, eran realmente espectaculares: esculpidos por los glaciares, tenían acantilados escarpados desde los que se veían picos nevados y cascadas heladas que caían a las aguas.

A lo lejos, divisamos granjas que parecían aferradas a los acantilados y pequeños pueblos con sus típicas casas de madera de colores pastel construidas sobre pilotes. Tomamos un ferry para recorrer unos 20 km a lo largo del Geirangerfjord, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Continuando hacia arriba, llegamos a la popular Trollstigen (carretera de los trolls). Tras sortear 11 horquillas cerradas, fuimos recompensados con unas vistas impresionantes en la cima. Por la tarde, llegamos a Molde, famosa por sus rosas, donde había una fiesta de la cerveza en la plaza con música jazz y soul en el puerto.

El 16 de junio recorrimos la Atlantic Road, un tramo de unos ocho kilómetros de largo en el que islotes y escolleras están conectados por calzadas, viaductos, ocho puentes y un túnel submarino. Está considerado uno de los tramos de carretera más bellos del mundo.

Por la tarde llegamos a Trondheim, una de las ciudades más fotografiadas de Noruega, con sus coloridos almacenes, canales y casas construidas sobre pilotes de colores.

Un par de días más tarde llegamos al Círculo Polar Ártico; fue un momento emocionante. Paramos a hacer fotos y comprar recuerdos antes de poner rumbo a Bodø, una colorida ciudad amurallada y una de las Capitales Europeas de la Cultura para 2024. La siguiente parada fueron las Islas Lofoten.

Habíamos pasado mucho tiempo leyendo artículos y viendo documentales sobre las Lofoten. Nuestro principal objetivo era admirar las islas desde la moto, pero, por desgracia, al desembarcar nos cayó un chaparrón tremendo, con fuertes vientos y chubascos que apenas dejaban ver lo que nos rodeaba.

Hay cientos de bateas de madera repartidas por todas las islas, utilizadas por los pescadores para secar el pescado. Es la principal fuente de ingresos de la población local, e Italia es su mayor importador. Probamos los manjares locales en Anita’s Seafood, donde se exhibían docenas de bacalaos, con sus bocas abiertas y llenas de afilados dientes.

Siguieron dos días de lluvia incesante, así que abandonamos Lofoten con los sillines empapados y el corazón encogido, preguntándonos si tendríamos una segunda oportunidad de visitar este rincón paradisíaco del mundo.

A pesar de la lluvia y el intenso frío, disfrutamos del trayecto hasta Narvik por hermosas carreteras a través de impresionantes paisajes. Entramos en calor en una cafetería y degustamos deliciosos mariscos antes de dirigirnos al hotel.

El siguiente destino fue Cabo Norte. El paisaje empezó a cambiar poco a poco. Los bosques se volvieron más dispersos, había menos granjas y caía alguna que otra nevada. El último tramo de la carretera hasta Cabo Norte forma parte de la E69 e implica atravesar cinco túneles, uno de ellos a 212 metros bajo el nivel del mar.

Tras dejar atrás el puerto de Honningsvåg, empezamos a rodar con la cabeza literalmente en las nubes: nubes bajas y densas que nos impedían ver más de medio metro por delante. Pero llegamos. Aparcamos y nos apresuramos hacia la entrada. Nos abrazamos y nos dimos palmaditas en la espalda: ¡habíamos llegado a nuestro destino final!

Nerviosos, cansados y felices, fuimos a ver el famoso globo terráqueo de hierro situado en lo alto de un acantilado de 307 metros de altura que desciende directamente hasta donde confluyen los océanos Atlántico y Ártico. No muy lejos, hay una serie de esculturas que representan a los Niños de la Tierra, siete medallones de piedra con dibujos de niños de siete naciones diferentes, que simbolizan la cooperación, la amistad, la esperanza y la alegría más allá de todas las fronteras.

Junto a ellos se alza la escultura de una madre que coge de la mano a su hijo, que señala el monumento a los Niños de la Tierra.

Nos subimos de nuevo a las motos y reanudamos el viaje, llegando exhaustos al pueblo finlandés de Inari. El tiempo por fin empezó a cambiar, y nos encontramos con cielos mayoritariamente despejados y temperaturas más suaves. Continuamos nuestro descenso y encontramos la carretera a Rovaniemi llena de renos, que abandonaban los bosques que bordean la ruta para salir a la carretera, ante el asombro de los turistas y el enfado de los finlandeses, que tocaban el claxon para que fuéramos más rápido.

Pasamos dos noches en Rovaniemi. Además de ser conocida como la capital culinaria del Norte, también es famosa por el pueblo de Papá Noel, donde fuimos a conocer a ese gran hombre en persona.

Entre Luleå y Umeå, en Suecia, la Sport Glide no volvía a arrancar después de detenernos. Cambiamos la pila del mando a distancia, intentamos arrancarla de nuevo con el arrancador, incluso recibimos consejos de un camionero alemán y otro sueco, que empujaron, juraron y dieron sus diagnósticos, pero la moto no respondía. Entonces, como por arte de magia, arrancó de repente y todo el mundo sonrió.

Intentamos llevar la moto al concesionario H-D® de Umeå al día siguiente, pero el único hueco disponible era a última hora del día, y como aún nos quedaban algo más de 700 km por recorrer, decidimos arriesgarnos. La luz de advertencia del motor permaneció encendida durante el resto del camino de vuelta a casa, pero por suerte no nos dio más problemas.

En la ruta de vuelta por Dinamarca, no nos olvidamos de ver el impresionante puente del Øresund y el puente del Gran Belt, y en Alemania visitamos Würzburg y Rothenburg ob der Tauber antes de pasar la noche en Füssen. Recorrimos el tramo de Füssen a Bassano del Grappa (Italia) bajo una lluvia torrencial. Por fin tuvimos un respiro el último día, y nuestra llegada a Roma estuvo acompañada de un tiempo que nos calentó los huesos y el corazón porque, seamos sinceros, es emocionante viajar al extranjero, pero la belleza de nuestro país de origen es insuperable, incluso vista desde su autopista más larga. El viaje no fue barato. Nuestro presupuesto rondaba los 4000 euros y nos lo gastamos todo. Pero no hay dinero mejor gastado que en viajar, explorar, conocer nuevos lugares y disfrutar de nuevas experiencias. Animamos a todos los motoristas a que intenten hacer este viaje. ¡La vida es demasiado corta para no aprovecharla en moto!


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